miércoles, 20 de abril de 2016

TRES DERROTAS: El reto de superar al chavismo y salir del siglo XX…

El chavista no es cualquier gobierno al que hay que deponer por catastrófico. El chavismo es una ideología, en ciernes de convertirse en una religión laica, cuya cultura totalitaria ha infiltrado el tejido social del país (y probablemente de otros), corrompiendo a buena parte de la sociedad con los males del estatismo corrupto, del populismo ruinoso, del militarismo represivo y de la supresión de toda forma de ciudadanía y democracia.
La mejor prueba, haber administrado más de un billón de dólares (una unidad seguida de doce ceros) con que arruinaron la economía nacional y pervirtieron la cultura productiva e institucional que se había logrado en el período democrático iniciado en enero de 1958.
A este corrosivo mal social hay que propinarle no una, sino tres derrotas.
DERROTA ELECTORAL
La primera derrota ya ha ocurrido, la derrota electoral. La cúpula del chavismo sabe que, en adelante, no podrá ganar ninguna elección, ni siquiera de una junta de vecinos, aun contando con mayoría en el poder electoral. En las próximas elecciones de gobernadores el chavismo perderá, sin duda, en los 23 estados del país, por ello buscarán suspenderlas. Y de lograrse un referéndum revocatorio en este año, lo perderá estrepitosamente. Y hasta los diputados del PSUV, o GPP serán seguramente revocados en dos años y medio.
El mal del chavismo ya ha sido derrotado en el escenario electoral. Pero faltan dos derrotas más.
DERROTA POLÍTICA
La segunda, la derrota política, nos ocupa ahora, está en el centro de la actualidad: el desalojo del chavismo de todos los espacios de poder: gobierno, fiscalía, defensoría, contraloría, poder electoral, fuerza armada, tribunal supremo y red de tribunales del país, y por último su reducción al mínimo en la Asamblea Nacional.
Todos estos poderes, monopolizados por el chavismo, se han complotado para desconocer la voluntad popular, recientemente expresada el 6 de diciembre pasado, y ya vemos que no será fácil echarlos de cada uno de ellos, pues entre todos forman una compleja red de complicidades mutuas, sobre todo, con el TSJ, reforzado con su fraudulenta renovación “express”, con lo peor del chavismo más comprometido con la corrupción y la delincuencia.
Será muy cuesta arriba emprender los mecanismos constitucionales para relevar al chavismo del gobierno, puesto que CNE, fiscalía, TSJ y la fuerza armada hacen todo lo posible por impedirlo, aun a costa de violar, una y otra vez, la Constitución y las leyes.
El chavismo es una ideología particularmente agresiva, que se ha auto-investido como la elegida para llevar a cabo una revolución, en Venezuela, en Latinoamérica, y hasta en el mundo. Es lo que repite su credo-discurso, aunque sabemos que su fin último es la conservación pervertida del poder por el poder.
La Constitución y las normas de la democracia le estorban. El único “pueblo” que reconocen, es el que vota por ellos. Pueblo es todo aquello que le sea fiel a la camarilla que actúa en nombre del gran caudillo fallecido.
Para derrotar políticamente al chavismo, es decir, para desalojarlo del poder, es necesaria la combinación compleja de fuerzas y acciones por parte de la sociedad civil de cultura democrática.
La unidad política de la sociedad democrática es requisito indispensable. El chavismo lo sabe y por ello intenta socavar la unidad apelando a los más sucios mecanismos, que ya conocemos.
Otra condición es la paciencia, agotándose por la magnitud de la crisis. El movimiento democrático debe tratar de impedir que estallen la anarquía y la violencia social, pues sería el escenario ideal del chavismo, para suspender garantías y reprimir opositores en mayor cantidad y ferocidad, y forzar escenarios de confrontación violenta.
Otro requisito es mantenerse en las vías constitucionales, incluyendo el de la desobediencia civil, instituida en los artículos 333 y 350 de la Constitución. Apartarse de esta ruta cívica, aun cuando implique más tiempo, sacrificios y costos políticos, resultaría en ofrecerle al chavismo el escenario de la confrontación violenta, incluso la guerra civil, que tanto prefiere.
La prefiere porque el chavismo se ha preparado para la confrontación. Ha creado una red de grupos armados con armas de guerra y de cultura muy violenta e intolerante, que ellos llaman eufemísticamente “colectivos”. Ha permitido, a través de las llamadas “zonas de paz” que bandas delictivas tomen el control de territorios donde no existe el Estado, bandas que se opondrían al derrocamiento del gobierno que les garantiza impunidad para sus fechorías. Ha incentivado la corrupción de la fuerza armada, en dos grandes grupos, los narco-militares y los militares delincuentes, estos últimos vinculados los contrabandos de gasolina, de oro y de otros minerales y bienes regulados, de la industria del robo, de los secuestros y del cobro de vacuna. Y ha forjado la complicidad de los funcionarios de los poderes públicos, así como de empresarios y otros sectores, mediante la corrupción por transferencia de divisas, contratos y favoritismos.
El chavismo es una gigantesca maquinaria corrupta y corruptora, dispuesta a la violencia extrema para asegurarse la permanencia en el poder.
Ahora cree que puede resistir la inevitable crisis económica por su modelo ruinoso, y la caída de su popularidad. El chavismo se prepara para pasar de un sistema populista-propagandístico a un sistema de sometimiento y sumisión (también propagandístico, recordemos que sin propaganda no hay revolución), similar al modelo Cubano. Si Cuba ha sido aceptada por la comunidad internacional, sin cumplir ni uno solo de los requisitos de la Carta Democrática Interamericana y sometiendo por necesidad y represión a su pueblo durante décadas… ¿Por qué en Venezuela no puede lograrse lo mismo.
DERROTA CULTURAL:
La más difícil. Aunque las dos primeras derrotas, la electoral y la política, han sido posibles en la medida que se ha ido derrotando culturalmente al chavismo, quedará todavía su derrota cultural masiva y contundente, luego de que haya sido desalojado de todos los poderes.
Esto implica derrotar la cultura del autoritarismo, de la que se alimenta el totalitarismo civil y militarista en la conducción del Estado.
Se encuentra en este renglón el caudillismo, exacerbado al extremo por Hugo Chávez, rescatando la vieja ideología militarista según la cual sólo los militares están predestinados a ejercer el poder, aún cuando los resultados históricos de tales experiencias sociales han acabado de manera cruenta y catastrófica.
Implica derrotar la idea del estatismo como modelo de Estado. Sobre todo el estatismo exacerbado que ha impuesto el chavismo, al punto de convertir el ejercicio del poder en una fuente de chantaje y perversión. El estatismo impone trabas a la iniciativa individual y empresarial, que imprescindibles para el desarrollo económico y social de cualquier nación. Por ello, el estatismo siempre termina, tarde o temprano, en el estancamiento y empobrecimiento social.
Conlleva a la derrota del populismo como mecanismo ruinoso de relación entre los ciudadanos con el Estado. Ningún tesoro público, por más ingresos abundantes que tenga, puede soportar por mucho tiempo, la creciente demanda de dádivas y el sostenimiento del clintelismo, pues convierte a una importante porción de la población en dependientes-clientes del partido de turno en el poder. El populismo es también una cultura destructiva de la capacidad productiva de los ciudadanos, pues antes que producir muchos piensan en la vía fácil de obtener prebendas del Estado.
Se requiere también la derrota del culto a la personalidad, que anula la crítica, incentiva la sumisión, persigue y excluye la disidencia y la inteligencia social, sustituyéndola obediencia ciega al caudillo o a la camarilla que actúa en su nombre, como es el caso actual.
Necesita la derrota de la anti-política, es decir, la ausencia de la política como forma no-violenta y civilizada de resolver las diferencias, para la viabilidad social.
Implica derrotar la cultura del fraude y de la corrupción como forma de vida y de ascenso social, que destruyen la cultura del orgullo y la responsabilidad individual y social, es decir, la cultura del valerse por sí mismos y actuar conforme reglas que garantizan el bienestar de toda la sociedad.
La derrota cultural del chavismo es también, en suma, la lucha por combatir todos los males reunidos en ese coctel de ideologías del siglo XIX y XX que ha construido, eficientemente, chavismo, y que representan las trabas para alcanzar el desarrollo civilizatorio, la convivencia, la superación de la pobreza, la disminución de la violencia y tantos otros males sociales que sufrimos intensamente todos los venezolanos, y que lejos de detenerse y retroceder, vemos creciendo cada vez más bajo el reino del chavismo.
La derrota cultural del chavismo, que resume todas derrotas, es la lucha venezolana por salir del siglo XX, como lo expresara el ilustre humanista venezolano, Mariano Picón Salas, al referirse del siglo XIX, en épocas de la dictadura bárbara de Juan Vicente Gómez.

¿QUÉ ES UNA COMISIÓN DE LA VERDAD?

No existe una definición en el sentido académico. La experiencia histórica, como las de Perú, Chile, Brasil y otras, puede definirlas como un acuerdo institucional para investigar y hacer públicos los crímenes, abusos y demás violaciones de derechos humanos, luego de experiencias insurreccionales, golpes de estado o situaciones específicas que resultaron en masacres o en crímenes selectivos, en persecuciones, torturas, secuestros y demás delitos.
Su objetivo es por tanto dotar a los tribunales de justicia para que aplique las leyes en los casos que lo requieran, abriendo procesos contra los criminales y delincuentes en general que actuaron en nombre o no de alguna causa que las justificaría.
Los miembros de la Comisión de la Verdad se eligen en función del conocimiento y experiencia en la materia de derechos humanos, y sobre todo, por su su independencia e imparcialidad probada y reconocida.
La pregunta es ¿Qué hace ese montón de gente militante del chavismo en la recién nombra comisión unilateral de la "verdad"?

miércoles, 10 de febrero de 2016

RUMORES, CALIDAD DE LA INFORMACIÓN Y MODELO DE COMUNICACIÓN

Ponencia Seminario “Redes sociales: infoxicación, verdad y mentira”
Organizado por Centro Cultural BOD Corp-Banca, con el apoyo del ININCO
Caracas, Venezuela, 15 de abril de 2015.

RUMORES, CALIDAD DE LA INFORMACIÓN Y MODELO DE COMUNICACIÓN
Prof. Bernardino Herrera León
Historiador y comunicólogo. Investigador docente de la UCV.

Buenos días. Agradezco al Centro Cultural BOD el haberme honrado a compartir sobre este importante tema, y al ININCO por su confianza para representarlo en este evento.

Concentraré mi intervención en tres partes. La primera, imprescindible, sobre la singularidad de la coyuntura venezolana. Luego, quiero proponerles algunos conceptos que, a modo de marco teórico, pueden ayudarnos a comprender más cabalmente el tema de la información en las redes sociales. Finalmente, expondré tres propuestas que, considero, deberían ocupar el empeño y los recursos públicos en la promoción de un sistema comunicacional moderno.

Parte 1: la singularidad de la coyuntura venezolana.

Comienzo el primer punto argumentando que la singularidad de la realidad venezolana la coloca fuera del contexto de los países de América Latina. Me habría gustado que nos concentráramos en los problemas universales que atentan contra la extraordinaria oportunidad que ofrecen las redes sociales a las sociedades abiertas, como nuevo medio de comunicación. Temas como ciber-terrorismo, pornografía infantil, trata de personas, estafas y fraudes, calidad de la información, opinión pública, y muchos otros, son contenidos de preocupación mundial. Qué lástima que los venezolanos no podamos ponernos al día temas como estos.

Incluso el tema que nos ocupa aquí, que resumo en un solo concepto, “calidad de la información”, ni siquiera podemos analizarlo como si viviéramos en una sociedad democrática. Una sociedad donde funcione el Estado de Derecho. Porque no es así. En consecuencia, me permito hacer distinciones necesarias, para luego, en las siguientes partes que mencioné, proponerles algunos conceptos útiles y algunas propuestas para afrontar esta temática.

No sin antes pedir disculpas por la franqueza, me permito expresar las distinciones que alejan considerablemente  a nuestro país de un estándar de sociedad democrática, y donde las redes sociales, último espacio del ejercicio pleno de la libertad de expresión está a punto de ser intervenido.

En Venezuela está suspendido el Estado republicano. La condición mínima para que exista un estado republicano es que funcione la separación e independencia de poderes. En Venezuela esa condición dejó de existir hace tiempo. Su lugar lo ocupa un régimen totalitario, que lo defino como la no separación y autonomía de poderes, es decir, la concentración de gobierno, poder legislativo, poder judicial y poder moral, todos monopolizado por un caudillo o grupo político. Luego, sus consecuencias, el deterioro del Estado de derecho y la progresiva discriminación, exclusión e intimidación contra los ciudadanos que disientan de tal monopolio. La sociedad venezolana, pues, ha dejado de ser abierta para convertirse progresivamente en una sociedad despótica.

En Venezuela se ha impuesto lo que el mismo régimen ha llamado “hegemonía comunicacional”. Mientras, muchos medios privados e independientes han cerrado, o han sido vendidos de forma forzosa, o han sufrido el cambio brusco de su línea editorial. O simplemente, han decido “neutralizarse”, o auto-censurarse, que es igual. En consecuencia, se ha deteriorado y empobrecido nuestro sistema de comunicacional, en todos los órdenes, sobre todo en las opciones de diversidad y pluralidad de enfoques que demandan los ciudadanos, como ocurre en las sociedades abiertas.

En Venezuela se ha impuesto la opacidad informativa, en abierta negación al artículo 143 de la Constitución. Y ya se acumulan muchas violaciones a la Constitución, aunque basten sólo algunas para considerar que la Carta Magna ha sido derogada. Una amplia modalidad de agresiones a la libertad de comunicación, desde la reciente decisión arbitraria de negarse publicar estadísticas oficiales, hasta ocultar, distorsionar, falsificar e ignorar informaciones y situaciones. Desde la época de las dictaduras del siglo XX, los venezolanos jamás habíamos estado tan desinformados, en plena era de la “Sociedad de la Información”.

Esta opacidad informativa estimula la fuerza del rumor. El rumor es función de la opacidad. Es su principal alimento. Cuando hay información, y sobre todo información de calidad, los rumores se debilitan o simplemente se desvanecen. Pero, aprovechando la opacidad informativa que propicia, el régimen venezolano se ha dedicado, más bien, a propagar rumores. Sobre todo rumores que producen sosiego, angustia, nerviosismo, inquietud y hasta pánico en la población venezolana. Rumores, no se pueden calificar de otro modo, tales como “una inminente invasión militar extranjera”, “ejercicios urbanos públicos frente a posibles bombardeos a la población civil”, la manida “guerra económica”, las innumerables “conspiraciones”, “golpes de estado”, “magnicidios”. Y esto es permanente, es una constante, un recurso cotidiano que gusta usar el régimen para aturdir a la ciudadanía, como también para justificar sus actos de represión y censura. El caso de unos niños recientemente secuestrados será, por ejemplo, su argumento para censurar aún más a la Internet.

En Venezuela, el régimen ha sustituido la información por la propaganda. Todo está impregnado de propaganda. Y la propaganda es la falsificación, la tergiversación, la distorsión  de la realidad. La propaganda no informa, sino que promueve el culto a la personalidad. Miente cuando alude hechos, en ocasiones, abiertamente falsos, finge una realidad que no existe, y en su mayor parte, lleva a cabo una sofisticada y sostenida campaña sucia contra las personas y organizaciones disidentes al régimen.

La propaganda es la verdadera “infoxicación”, que empobrece la cultura, promueve el fanatismo y la confrontación, y que para colmo es costosa. El régimen despilfarra una cantidad desconocida, una descomunal cantidad, en inundarlo todo de propaganda. Porque sin propaganda, no hay revolución.

Además, sobre el ejercicio de la libertad de expresión penden amenazas represivas de todo tipo, desde agresiones directas por parte de grupos armados que aquí llaman “colectivos”, detenciones y juicios arbitrarios, campañas, multas, y otras. De modo que, en Venezuela, ser periodista valiente puede salir muy caro.

Todo este cuadro describe una coyuntura muy particular. Que debe tomarse en cuenta a la hora de analizar y hacer juicios sobre los contenidos en nuestras redes sociales. Debe comprenderse que, bajo estas inmensas presiones, nuestra ciudadanía muestre síntomas de desquiciamiento e intolerancia. Así como también, tendencia al aislamiento, en un intento por ignorar la realidad. Algo cada vez más difícil.

Parte 2: Conceptos y modelos teóricos

Tomando en cuenta esta singularidad, paso al segundo punto, porque quiero compartir un concepto de comunicación que propongo como parte de la “teoría institucional de la comunicación”, que he publicado hace un par de años, y que está disponible en el repositorio SABER UCV.

La comunicación se hace efectiva a través de tres conceptos, autónomos pero inseparables: Información, saber y conocimiento. Por información se entiende la nube caótica de datos que fluyen en el torrente comunicacional. Por saber, la capacidad que poseen los individuos y las organizaciones para procesar la información. Y por conocimiento, la aplicación del saber para resolver o modificar la realidad.

Cuando definimos la información como un evento caótico es porque ésta existe independiente de nuestra voluntad. Nuestros sentidos no hacen sino recibir, directa o indirectamente,  constante información. Y la información sólo adquiere sentido si poseemos un sistema de saber capaz de comprenderlas. Lo determinante no es la mayor o menor cantidad de información fluyendo en un sistema, sino la capacidad del saber individual para procesarlas. Y sólo con un saber suficientemente informado tendrá posibilidad de convertirse en conocimiento. Cuando tomamos decisiones, cotidianas o transcendentales, estamos ejerciendo el conocimiento.

Ya podemos tener una idea de los agentes que producen la información y la depositan en el torrente comunicacional. Mientras que el saber depende de varias instituciones específicas: la familia, el sistema educativo, nuestra experiencia directa con el entorno y el sistema de comunicación, por contar las más esenciales. El conocimiento, por su parte, retroalimenta tanto a la información como al saber. A mayor calidad de la información, más eficiente será nuestro sistema de saber y mejor desempeño resolutorio del conocimiento.

Las tres partes indivisibles del concepto de comunicación que les propongo requieren funcionar entre sí, pero también funcionar cada una por su lado. Si el mundo de la información está alterado o empobrecido, el mundo del saber se “infoxicará”, esa medida. Y a más bajo desempeño del saber se afectará al mundo del conocimiento. Por el contrario, a más información de calidad, mejor desempeño del saber y más eficiente el conocimiento.

Es crucial, pues, la calidad de la información. Y para evaluar la calidad de la información propongo tres parámetros: objetividad, prestigio y comunidades de saber. La objetividad es función de la mayor diversidad de fuentes posibles. A menor cantidad de fuentes menos objetiva será la información. Cuando se usa una sola fuente, la objetividad es nula.

El prestigio viene dado por la trayectoria profesional u organizacional del agente de información. En este punto, los colegios profesionales, la ética profesional, el comportamiento de los medios son los puntales del prestigio como referencia de calidad de la información.

También las comunidades de saber, o como lo propone Luis Carlos Díaz, “redes de confianza”, donde las comunidades científicas, académicas, profesionales, universitarias, organizacionales adquieren protagonismo y responsabilidad estelar. En el caso de la información sobre salud, por ejemplo, es imprescindible contar con el respaldo de las organizaciones profesionales de la medicina.

Y todas estas formas sociales que contribuyen con el sistema de comunicación deben institucionalizarse y consolidarse en redes de conocimiento, para consolidar el “sistema solar comunicacional”, es decir, todos los componentes del sistema: medios de comunicación, productores de contenido y sistema cultural de la sociedad. Entendiendo por cultura como modelos de concebir la vida.

Parte 3: Propuestas post-régimen.

Apoyado en estos conceptos, considero que la agenda de debates de los gobiernos, de parlamento, los intelectuales, los políticos, los gerentes, los artistas, los propietarios, los periodistas y demás profesionales de los contenidos, podría concentrarse entre tres ejes sustanciales:

Uno, en la idea-fuerza de la Función social de la comunicación. Es decir, el sistema de comunicación es un hecho esencial para el buen funcionamiento de la sociedad. Y debe asumirse como asumimos, por ejemplo, el tema ambiental. Esto implica una responsabilidad social de todas las partes. El Estado, por ejemplo, debe ser el más implicado y subordinado en esta condición.

Para que la función social de la comunicación ofrezca un ambiente de equilibrio, reconocimiento y armonía social, transparencia y confianza, gobernabilidad y desarrollo sustentable, el sistema debe apoyarse en instituciones tanto de regulación como de autoregulación. Tanta autoregulación como sea posible y tanta regulación como sea estrictamente necesaria. La autoregulación se expresa en códigos de ética, en sistemas morales, en sistemas racionales, de cultura de valores y sentido común. Es más barata y más eficiente porque no requiere de policías, ni de vigilantes ni de costosos, lentos y engorrosos sistemas judiciales.

De la regulación ya sabemos, pero agregamos un detalle importante: optar por aquella que reduzca la mayor arbitrariedad posible, es decir, que dependa menos o nada de los funcionarios obligados a cumplirla y hacerla cumplir. Todo un reto. Pero regulación y autoregulación es lo contrario a hegemonía y control comunicacional.

El segundo eje, lo llamo “separación empresa/colegios”. Consiste en fomentar las empresas privadas de medios. Mientras más empresas privadas de medios, mayor serán las garantías a la libertad de expresión. Y no conozco un criterio mejor para delimitar el número de empresas de medios que el mercado de las audiencias, salvo las limitaciones técnicas, que cada vez se reducen.

Al mismo tiempo establecer una rigurosa regulación: los contenidos y línea editorial deben estar en manos de los profesionales. Los empresarios deben concentrarse en el mejor desempeño de las empresas de medios, los profesionales en la mejor relación posible de credibilidad y prestigio con las audiencias. Los empresarios no deben intervenir en la línea editorial. Es decir, no deben imponer lo que debe o no difundirse o publicarse, ello será una decisión del equipo profesional que ha contratado para ello. Los profesionales por su parte, se deben al estricto código de ética y a las regulaciones que establezcan claramente la línea entre la información y la transgresión, entre el contenido objetivo y el fraude.

Y tercero, insistir en la obligación sagrada del Estado a informar, con penas severas cuando se incumpla. Y para que el Estado cumpla con informar, debe prohibirse estrictamente el uso de la propaganda, en todos los poderes y escalas de gobierno (municipal, estadal y nacional).

De este modo ningún alcalde puede estampar su rostro en las ambulancias públicas, ni siquiera si él ha donado de su peculio el vehículo en cuestión. Prohibir estrictamente la propaganda oficial incentiva la convicción de que la mejor promoción es una buena obra de gobierno, debidamente informada por el sistema de medios.

Conforme con este postulado, los medios públicos, que deberían ser muy pocos por las razones onerosas de sus costos y bajo rendimiento de audiencias, deben estar en manos de un Consejo Nacional de Comunicación, constituido por todas las partes involucradas: Estado en todos sus poderes, empresarios, comunicadores sociales y demás profesionales y artistas, académicas y comunidades científicas y las audiencias. El rol esencial de los medios públicos: compensar los contenidos que, por diversas razones de mercado u otras, no suelen frecuentar la agenda de los medios. Rol informativo, fortalecimiento del saber, difusión del conocimiento.

Concluyo. Todos estos ejes requieren bases de investigación, requieren evaluación de políticas y de regulaciones, como el caso de la Ley Resorte, que a todas luces ha fracasado, y sobre todo requieren reconocernos y coordinarnos entre todas las partes que estamos vinculados con la comunicación.

Muchas gracias.