Seminario “Redes
sociales: infoxicación, verdad y mentira”
Organizado por Centro
Cultural BOD Corp-Banca, con el apoyo del ININCO
15 de abril de 2015.
RUMORES, CALIDAD DE LA INFORMACIÓN Y
LIBERTAD DE EXPRESIÓN
Prof. Bernardino
Herrera León
Resumen:
Luego
de advertir sobre la singularidad de la coyuntura venezolana, que se manifiesta
en ausencia de estado de derecho, la hegemonía comunicacional, opacidad
informativa y sustitución de la información por la propaganda, la ponencia
comparte tres sistemas de conceptos de la teoría institucional de la
comunicación, como la tríada “información, saber y conocimiento”, “calidad de
la información” y “comunidades de conocimiento”, se pasa a proponer concentrar
los debates y los esfuerzos de políticas públicas en, al menos, tres
dimensiones, tales como: función social de la comunicación, separación
empresa-colegios profesionales y Estado informador.
Prof.
Bernardino Herrera León
Historiador
y comunicólogo. Investigador-docente, del Instituto de Investigaciones de la
Comunicación (ININCO), FHE de la UCV.
Buenos
días. Agradezco al Centro Cultural BOD el haberme honrado a compartir sobre
este importante tema, y al ININCO por su confianza para representarlo en este
evento.
Concentraré
mi intervención en tres partes. La primera, imprescindible, sobre la
singularidad de la coyuntura venezolana. Luego, quiero proponerles algunos
conceptos que, a modo de marco teórico, pueden ayudarnos a comprender más
cabalmente el tema de la información en las redes sociales. Finalmente,
expondré tres propuestas que, considero, deberían ocupar el empeño y los
recursos públicos en la promoción de un sistema comunicacional moderno.
Parte
1: la singularidad de la coyuntura venezolana
Comienzo
el primer punto argumentando que la singularidad de la realidad venezolana la
coloca fuera del contexto de los países de América Latina. Me habría gustado
que nos concentráramos en los problemas universales que atentan contra la
extraordinaria oportunidad que ofrecen las redes sociales a las sociedades
abiertas, como nuevo medio de comunicación. Temas como ciber-terrorismo,
pornografía infantil, trata de personas, estafas y fraudes, calidad de la información,
opinión pública, gobierno digital, y muchos otros. Son preocupación mundial y es
una lástima que los venezolanos no podamos ponernos al día en estos importantes.
El
tema que nos ocupa aquí, que resumo como “calidad de la información”, ni siquiera
podemos analizarlo como en cualquier sociedad democrática. Una sociedad donde
funcione el Estado de Derecho. Porque no es así. En consecuencia, me permito
hacer distinciones necesarias, para luego, en las siguientes partes que
mencioné, proponerles algunos conceptos útiles y algunas propuestas para
afrontar esta temática.
No
sin antes pedir disculpas por la franqueza, me permito expresar las
distinciones que alejan considerablemente
a nuestro país de un estándar de sociedad democrática, y donde las redes
sociales, último espacio del ejercicio pleno de la libertad de expresión está a
punto de ser intervenido.
En
Venezuela está suspendido el Estado republicano. La condición mínima para que
exista un estado republicano es que funcione la separación e independencia de
poderes. En Venezuela esa condición dejó de existir hace tiempo. Su lugar lo
ocupa un régimen totalitario, que lo defino como la no separación y autonomía de
poderes, es decir, la concentración de gobierno, poder legislativo, poder judicial
y poder moral, todos monopolizado por un caudillo o grupo político. Luego, sus
consecuencias, el deterioro del Estado de derecho y la progresiva
discriminación, exclusión e intimidación contra los ciudadanos que disientan de
tal monopolio. La sociedad venezolana, pues, ha dejado de ser abierta para convertirse
progresivamente en una sociedad despótica.
En
Venezuela se ha impuesto lo que el mismo régimen ha llamado “hegemonía comunicacional”.
Mientras, muchos medios privados e independientes han cerrado, o han sido
vendidos de forma forzosa, a cambio del cambio brusco de línea editorial. O
simplemente, han decido “neutralizarse”, o auto-censurarse, que es igual. En
consecuencia, se ha deteriorado y empobrecido nuestro sistema de
comunicacional, en todos los órdenes, sobre todo en las opciones de diversidad
y pluralidad de enfoques que demandan los ciudadanos, como ocurre en las
sociedades abiertas.
En
Venezuela se ha impuesto la opacidad informativa, en abierta negación al
artículo 143 de la Constitución. Y ya se acumulan muchas violaciones a la
Constitución, aunque basten sólo algunas para considerar que la Carta Magna ha
sido derogada. Una amplia modalidad de agresiones a la libertad de
comunicación, desde la reciente decisión arbitraria de negarse publicar
estadísticas oficiales, hasta ocultar, distorsionar, falsificar e ignorar
informaciones y situaciones. Desde la época de las dictaduras del siglo XX, los
venezolanos jamás habíamos estado tan desinformados, en plena era de la
“Sociedad de la Información”.
Esta
opacidad informativa estimula la fuerza del rumor. El rumor es función de la
opacidad. Es su principal alimento. Cuando hay información, y sobre todo
información de calidad, los rumores se debilitan o simplemente se desvanecen. Pero,
aprovechando la opacidad informativa que propicia, el régimen venezolano se ha
dedicado, más bien, a propagar rumores. Sobre todo rumores que producen
sosiego, angustia, nerviosismo, inquietud y hasta pánico en la población
venezolana. Rumores, no se pueden calificar de otro modo, tales como “una
inminente invasión militar extranjera”, “ejercicios urbanos públicos frente a
posibles bombardeos a la población civil”, la manida “guerra económica”, las
innumerables “conspiraciones”, “golpes de estado”, “magnicidios”. Y esto es
permanente, es una constante, un recurso cotidiano del régimen que gusta usar
para aturdir a la ciudadanía, como también para justificar sus actos de
represión y censura. El caso de los niños secuestrados será, por ejemplo, su
argumento para censurar aún más a la Internet.
En
Venezuela, el régimen ha sustituido la información por la propaganda. Todo está
impregnado de propaganda. Y la propaganda es la falsificación, la
tergiversación, la distorsión de la
realidad. La propaganda no informa, sino que promueve el culto a la
personalidad. Miente cuando alude hechos, en ocasiones, abiertamente falsos, finge
una realidad que no existe, y en su mayor parte, lleva a cabo una sofisticada y
sostenida campaña sucia contra las personas y organizaciones disidentes al
régimen.
La
propaganda es la verdadera “infoxicación”, que empobrece la cultura, promueve
el fanatismo y la confrontación, y que para colmo es costosa. El régimen
despilfarra una cantidad desconocida, una descomunal cantidad, en inundarlo todo de propaganda. Porque sin
propaganda, no hay revolución.
Además,
sobre el ejercicio de la libertad de expresión penden amenazas represivas de
todo tipo, desde agresiones directas por parte de grupos armados, detenciones y
juicios arbitrarios, campañas, multas, y otras. De modo que, en Venezuela, ser
valiente sale muy caro y ser cobarde vale la pena.
Todo
este cuadro describe una coyuntura muy particular. Que debe tomarse en cuenta a
la hora de analizar y hacer juicios sobre los contenidos en nuestras redes
sociales. Debe comprenderse que, bajo tan inmensas presiones, nuestra
ciudadanía muestre desquiciamiento e intolerancia, por una parte, y una
tendencia al aislamiento para tratar de ignorar la realidad. Algo cada vez más
difícil.
Parte 2: Conceptos y modelos teóricos
Tomando
en cuenta esta singularidad, paso al segundo punto, porque quiero compartir un
concepto de comunicación que propongo como parte de la “teoría institucional de
la comunicación”, que he publicado hace un par de años, y que está disponible
en el repositorio SABER UCV.
La
comunicación se hace efectiva a través de tres conceptos, autónomos pero
inseparables: Información, saber y conocimiento. Por información se entiende la
nube caótica de datos que fluyen en el torrente comunicacional. Por saber, la
capacidad que poseen los individuos y las organizaciones para procesar la
información. Y por conocimiento, la aplicación del saber para resolver o
modificar la realidad.
Cuando
definimos la información como un evento caótico es porque ésta existe
independiente de nuestra voluntad. Nuestros sentidos no hacen sino recibir,
directa o indirectamente, constante
información. Y la información sólo adquiere sentido si poseemos un sistema de
saber capaz de comprenderlas. Así que no importa cuántos datos fluyan en un
sistema, sino la capacidad de nuestro saber para procesarlos. Y sólo con un
saber suficientemente informado tendrá posibilidad de convertirse en
conocimiento. Cuando tomamos decisiones, cotidianas o transcendentales, estamos
ejerciendo el conocimiento.
Ya
podemos tener una idea de los agentes que producen la información y la
depositan en el torrente comunicacional. Mientras que el saber depende de
varias instituciones específicas: la familia, el sistema educativo, nuestra
experiencia directa con el entorno y el sistema de comunicación, por contar las
más esenciales. El conocimiento, por su parte, retroalimenta tanto a la
información como al saber. A mayor calidad de la información, más eficiente
será nuestro sistema de saber y mejor desempeño resolutorio del conocimiento.
Las
tres partes indivisibles del concepto de comunicación que les propongo requieren
funcionar entre sí, pero también funcionar cada quien por su lado. Si el mundo
de la información está alterado o empobrecido, el mundo del saber se
“infoxicará”, esa medida. Y a más bajo desempeño del saber se afectará al mundo
del conocimiento. Por el contrario, a más información de calidad, mejor
desempeño del saber y más eficiente el conocimiento.
Es
crucial, pues, la calidad de la información. Y para evaluar la calidad de la
información propongo tres parámetros: objetividad, prestigio y comunidades de
saber. La objetividad es función de la mayor diversidad de fuentes posibles. Y a
menor cantidad de fuentes menos objetiva será la información. Cuando se usa una
sola fuente, la objetividad es nula.
El
prestigio viene dado por la trayectoria profesional u organizacional del agente
de información. En este punto, los colegios profesionales, la ética
profesional, el comportamiento de los medios son los puntales del prestigio
como referencia de calidad de la información.
También
las comunidades de saber, o como lo propone Luis Carlos Díaz, “redes de
confianza”, donde las comunidades científicas, académicas, profesionales,
universitarias, organizacionales adquieren protagonismo y responsabilidad
estelar. En el caso de la información sobre salud, por ejemplo, es
imprescindible contar con el respaldo de las organizaciones profesionales de la
medicina.
Pero
también, las comunidades de saber pueden cumplir la función de comunidades de
conocimiento, cuando introducen en el sistema comunicacional proposiciones,
proyectos y toda forma de cambio cultural. El cambio cultura precede a toda forma
de cambio social.
Concebido
de este modo, el sistema de comunicación tenderá a institucionalizarse y
consolidarse en redes de conocimiento, y de integrarse en el “sistema solar
comunicacional”, donde se complementan entre sí la relación sociedad-medios de
comunicación social.
Parte 3: Propuestas post-régimen
Apoyado
en estos conceptos, considero que la agenda de debates de los gobiernos, de parlamento,
los intelectuales, los políticos, los gerentes, los artistas, los propietarios,
los periodistas y demás profesionales de los contenidos, podría concentrarse
entre tres dimensiones sustanciales:
Una,
la idea-fuerza de la “Función social de la comunicación”. Es decir, el sistema
de comunicación es un hecho esencial para el buen funcionamiento de la sociedad.
Y debe asumirse como asumimos, por ejemplo, el tema ambiental. Esto implica una
responsabilidad social de todas las partes. El Estado, por ejemplo, debe ser el
más implicado y subordinado en esta condición.
Para
que la función social de la comunicación ofrezca un ambiente de equilibrio,
reconocimiento y armonía social, trasparencia y confianza, gobernabilidad y
desarrollo sustentable, el sistema debe apoyarse en instituciones tanto de
regulación como de autoregulación. Tanta autoregulación como sea posible y
tanta regulación como sea estrictamente necesaria. La autoregulación se expresa
en códigos de ética, en sistemas morales, en sistemas racionales, de cultura de
valores y sentido común. Es más barata y más eficiente porque no requiere de
policías, ni de vigilantes ni de costosos, lentos y engorrosos sistemas
judiciales.
De
la regulación ya sabemos, pero agregamos un detalle importante: optar por
aquella que reduzca la mayor arbitrariedad posible, es decir, que dependa menos
o nada de los funcionarios obligados a cumplirla y hacerla cumplir. Todo un
reto. Pero regulación y autoregulación es lo contrario a hegemonía y control
comunicacional.
Una
segunda dimensión, “separación empresa de medios/colegios profesionales”.
Consiste en fomentar las empresas privadas de medios. Mientras más empresas
privadas de medios, mayor serán las garantías a la libertad de expresión. Y no
conozco un criterio mejor para delimitar el número de empresas de medios que el
mercado de las audiencias, salvo las limitaciones técnicas, que cada vez se
reducen.
Al
mismo tiempo, establecer una rigurosa regulación: los contenidos y línea
editorial la producen los profesionales. Los empresarios deben concentrarse en
el mejor desempeño de las empresas de medios. Los profesionales, en producir
información de calidad, y así en fomentar la mejor relación posible con las
audiencias. Los empresarios no deben intervenir en la línea editorial. No deben
decidir qué debe y que no difundirse. Esto será una decisión del equipo
profesional que ha contratado para ello.
Los
profesionales, por su parte, se deben a estrictos códigos de ética y a
regulaciones que establezcan, más claramente, la línea entre la información y
la transgresión, entre el contenido objetivo y el fraude (ecología de la
información).
Y
tercera dimensión, insistir en la obligación sagrada del Estado a informar, con penas severas
cuando se incumpla. Y para que el Estado cumpla con informar, debe prohibirse
estrictamente el uso de la propaganda, en todos los poderes y escalas de
gobierno.
De
este modo, por ejemplo, ningún alcalde puede estampar su rostro en las
ambulancias públicas, así haya donado el vehículo de su peculio. Prohibir
estrictamente la propaganda oficial incentiva la convicción de que la mejor
promoción es una buena obra de gobierno, debidamente informada por el sistema
de medios.
Conforme
con este postulado, los medios públicos, que deberían ser muy pocos, deben estar
coordinados por un Consejo Nacional de Comunicación, constituido por todas las
partes involucradas: Estado, sociedad civil profesional o gremial y las
audiencias. El rol esencial de los medios públicos: compensar los contenidos
que, por diversas razones de mercado u otras, no suelen frecuentar la agenda de
los medios. Rol informativo, fortalecimiento del saber, difusión del
conocimiento.
Concluyo.
Todos estos ejes requieren bases de investigación, requieren evaluación de
políticas y de regulaciones, como el caso de la Ley Resorte, que a todas luces
ha fracasado, y sobre todo requieren reconocernos y coordinarnos entre todas
las partes que estamos vinculados con la comunicación.
Muchas
gracias.